miércoles, 3 de junio de 2015

Cuando el alma arde

Llovía mucho, tanto que resultaba difícil ver qué había a dos metros por enfrente. Para colmo, estar perdido en un bosque no ayudaba demasiado. Cada paso, hundido en el barro, costaba casi tanto como conseguir respirar, huyendo de esa bestia de ojos rojo y amarillentos con una sonrisa también rojiza. No sabía qué era, si un Pokémon grande u otra cosa, pero lo único seguro es que sea lo que sea, esa criatura me estaba persiguiendo mientras sollozaba.

No fue mucho después cuando logré encontrar una vieja mansión con grandes ventanales, perdida en mitad del bosque. No pude fijarme demasiado en los detalles a causa de la molesta lluvia, pero parte del sufrimiento cesó cuando logré entrar al portal, para al fin lograr escapar de la lluvia.

Me abracé a mí mismo para intentar guardar un mínimo de calor inútilmente. Tenía toda la ropa hecha sopa; un resfriado caería seguro. Golpeé un par de veces la puerta, que parecía que se iba a hundir con cada golpe, como si hubiera más humedad que madera.

-¿Hay alguien? ¿Hay alguien? -Llamé intentando alzar la voz todo lo posible, pero la única respuesta que recibí fue el caer de las gotas. Probé de nuevo a golpear la puerta, esta vez con más fuerza, y se abrió como si acabaran de abrir la cerradura. Me quedé paralizado unos segundos, pero me decidí y abrí la puerta, lentamente, mentalizándome de que alguien la había abierto. Seguramente sería un anciano que vivía alejado de todos...

Una vez abierta no había nadie. Tan solo un gran recibidor rectangular con una puerta a cada lado. En la pared de enfrente había estanterías con libros viejos, algunos cuadros casi irreconocibles y una gran cantidad de telarañas que recubrían todo lo antes mencionado.

Me acerqué a examinar más de cerca todo, pero lo único que pude ver con la poca luz lunar que entraba por los ventanales era que uno de los cuadros, el que más destacaba. En él, se veía la cara de un hombre anciano, vestido de negro con un sombrero también negro. Portaba un monóculo y el bigote blanco. Toda la parte baja del cuadro estaba rasgada o difusa, solo podía verse una mancha gris con algunos tonos rojos.

Era definitivo: la casa estaba abandonada, se acabó la tan ansiada hospitalidad de un anciano solitario que
agradecía un visitante.

No quedaba más remedio que encontrar cobijo en algún lugar de la casa hasta que pasara esta noche
lluviosa.

Me dirigí a la puerta izquierda y la abrí con cautela. El chirrido de las bisagras penetraba por mis oídos como un insecto crujiendo a cada pequeño paso que daba, culminando con mordisquearme la materia gris hasta que desapareció cuando dejé quieta la puerta. Solo ese sonido ya me había provocado temblores en las piernas.

Exploré con la mirada la nueva sala: era amplia más ventanales y otras dos puertas en la pared de mi derecha, con más estanterías y cuadros hechos polvo repartidos por las paredes. Pero lo que más destacaba de todo era la enorme mesa con seis sillas y un mantel morado, sucio y hecho harapos. Me encaminé al interior de la sala para examinarla más a fondo, y pude observar otra cosa que me llamó la atención. En una estantería cercana a una de las puertas habían unas perlas rojas que parecían brillar con luz propia. Lentamente me acerqué hacia ellas, cada paso provocaba un crujido en la madera con el mismo efecto que el de un martillazo en mi cabeza.

Cuando me disponía a coger las perlas para examinarlas, dos grandes ojos rojos y amarillos se abrieron sobre ellas, obligándome a dar un salto hacia atrás prácticamente por reflejo, tropezándome y golpeándome la cabeza contra la mesa. Entonces me desmayé.


Cuando me desperté me dolía la cabeza como si me hubieran apaleado mientras dormía. Me rasqué la cabeza llegando incluso a quitarme alguna que otra astilla. Tardé unos segundos en recordar lo sucedido: la casa abandonada, las perlas, los ojos, el gol- ¡espera! ¡Los ojos! Me incorporé lo más rápido que pude intentando averiguar dónde estaba. Tenía la vista nublada, pero pude ver que la sala era diferente. Para empezar, yo estaba tumbado en un sofá polvoriento y hecho trizas, de color verde pistacho. Había otro sofá en la pared perpendicular a este, una pequeña mesa y dos sillones del mismo diseño. También parecía haber una chimenea encendida con llamas moradas. Por no mencionar los cuadros y estanterías que abundaban en todas las salas de esta mansión... Y otras dos puestas.

Entonces desperté, ¿llamas moradas? Fijé la vista ya recuperada en la chimenea y vi que no estaban en la chimenea, sino en la mesa. Pero no provenían de ella. Había una vela sonriente sobre la mesa con una llama morada sobre ella. Parecía ser un Pokémon, pero no sabía cuál era. El pequeño me sonrió dedicándome unas palabras que, entre que no entendía el lenguaje Pokémon y el persistente dolor de cabeza, no pude entender. Era pequeño y más adorable que terrorífico. Supuse que era del tipo fuego por su llama; seguramente estaría refugiándose aquí de la lluvia al igual que yo.

Me acerqué a él para observarlo un poco mejor, manteniendo siempre una distancia prudente para no quemarme con su llama que, más bien, parecía un fuego fatuo. Entonces, una de las dos puertas se empezó a abrir, soltando ese horrible chirrido que me desgarraba los oídos. Del otro lado apareció lo que parecía un quinqué negro con dos extensiones a modo de brazos, con en su interior, también una llama morada. Este se movía balanceándose de izquierda a derecha conforme levitaba, en dirección a una de las estanterías.

El Pokémon agarró con una de sus extensiones uno de los libros polvorientos y me lo acercó con confianza. Lo agarré con cuidado, evitando el tocarlo por una posible quemadura. En la portada había otra llama morada, igual a las de esos dos, y tres siluetas negras. Soplé para quitarle el polvo, por supuesto evitando dirigirlo hacia ambos, y lo abrí en busca de lo que quisieran decirme esos dos ofreciéndome el libro.
Pude ver la silueta de lo que parecía ser una vela, y debajo una palabra mal escrita.
-¿Lit... wick? -La vela sonrió levantando lo que parecía ser una pequeña extensión que funcionaba de brazo, aunque pensaba que era parte de la cera derretida de su cuerpo. -¿Eres Litwick? -El pequeño asintió moviendo su cuerpo como pudo, y su llama parpadeó un par de veces.

El otro Pokémon me señaló el libro, pidiéndome que pasara de página, y así lo hice. Esta vez el retrato era el suyo, con una nueva palabra en la parte inferior. -Lampent... ¿puede ser? -Cuestioné a la lámpara voladora, y parece ser que no me equivocaba, pues su reacción fue tan positiva como la del llamado Litwick.

La curiosidad me embargó y pasé de página, pero la siguiente estaba arrancada. El resto era mucho texto con letra pequeña medio borrada. No me dio tiempo a intentar descrifrarlo, pues Lampent me arrebató el libro para devolverlo a su lugar. Me impactó un poco, pero no tardé en acostumbrarme. Era reconfortante tener algo de compañía en aquel lugar abandonado.

Los dos se dirigieron hacia la puerta por la que no había entrado Lampent y les seguí. Esto me condujo al comedor donde me golpeé la cabeza... Pero había algo extraño. La mesa estaba intacta. Me acerqué a la zona del golpe, pero no tenía ni un solo rasguño ni mancha de sangre, a parte del mal que le había hecho los años. ¿No había encontrado antes astillas en mi cabello? Rebusqué una vez más por si encontraba alguna evidencia, pero no. No había nada. Suspiré intentando tranquilizarme, estaba alterándome por nada.

Eso me recordó, ¿y las perlas? Me giré para buscarlas, pero no estaban por ningún lado. En su lugar no había nada, tan solo una estantería vacía. Escuché el sonido que emitían esos dos Pokémon, y me percaté de que salían por la otra puerta, que desconocía. Venían acompañados de otros dos Litwick, y entre todos estaban trayendo... ¿comida? Cada vela llevaba un plato de comida encima suyo, pero no parecía estar quemándose con sus llamas, mientras que Lampent traía un plato en cada brazo. Los depositaron en la mesa y me miraron como si me estuvieran invitando a comer. Era algo... sospechoso.

-¿De dónde habéis sacado toda esta comida? -Arqueé una ceja, sospechaba que algo raro estaba ocurriendo con esos Pokémon. No me respondieron, pero tomé la iniciativa y me adentré en lo que suponía que sería la cocina.

Al igual que toda la casa, estaba destrozada. Abrí la nevera y no funcionaba. Las estanterías estaban llenas de cuberterías y vajillas viejas y sucias, y alguna que otra lata de conserva antiquísima. Pero la comida que me habían traído ellos no era algo que se pudiera preparar en una cocina como esta... De repente tuve que sujetarme a la encimera de la cocina para no caerme; me había entrado un fuerte mareo, casi parecía que fuera a desmayarme otra vez, pero por suerte no tardó mucho en desaparecer. A pesar de la siesta que había hecho antes de conocer a estos Pokémon, seguía cansado después de tanto correr.

Volví al comedor, los cuatro Pokémon estaban ocupando los sitios de ambos lados, quedando solo libres los dos extremos. No importaba de dónde hubieran sacado esos manjares, si no comía algo pronto podría volver a desmayarme, y mi confianza en esos Pokémon poco a poco iba decreciendo, lo último que quería era estar a su merced una vez más.

Me senté en el extremo más cercano a la cocina y comencé a comer. Todos ellos me miraban como si mi hambre fuera una actuación teatral para ellos. Era realmente inquietante, pero tenía mejores cosas en las que pensar, como el sabor de la comida. No sabía si era por el hambre que tenía o porque estos Pokémon tenían dotes culinarias, pero era un sabor magnífico.

Cuando apenas iba por el principio, un estornudo salió de mí como un disparo; el tan temido resfriado había llegado a mí. Apenas unos segundos después, el llamado Lampent se movió de su sitio, agarró una manta andrajosa y me la puso sobre los hombros. -Gracias... -Le dediqué una mínima sonrisa que no tardó en desvanecerse al fijarme en un pequeño detalle. La llama de su interior era más grande que antes. Me fijé en el resto, y todos mis acompañantes de mesa habían sufrido el mismo cambio. Tampoco era demasiado llamativo, pero si habían crecido por algo sería... -¿Os puedo preguntar algo? -Los cuatro me miraron, se notaba la curiosidad en su reacciones. Tan solo proseguí. -¿Vosotros de qué os alimentáis?

Los Pokémon se miraron entre ellos, parecían extrañados. El Pokémon con forma de lámpara volvió a marcharse. No tardó mucho en volver con una pequeña cesta llena de bayas, un alimento muy común entre la gran mayoría de los Pokémon. Suspiré aliviado, no eran muy distintos a al resto, después de todo.
Cuando acabé, todos me miraron con ilusión. Eran extraños, pero definitivamente parecían una buena compañía, y grandes anfitriones. Se llevaron los platos sucios y los dejaron en la cocina. De nuevo me guiaron a otra de las salas, esta vez al recibidor, y de ahí a la puerta que me quedaba por examinar. Los tres Litwick iban en fila, con Lampent sobre ellos. Este último abrió la puerta.

Era una sala más pequeña que las anteriores, cuadrada, con una pequeña cama en una esquina, y unas escaleras al fondo de la sala. Me ofrecieron tumbarme y acepté sin dudarlo. Quería unos momentos de soledad poder organizar mis ideas y qué hacer de ahora en adelante. Cuando cerraron la puerta, abrí los ojos y comprobé que no había nadie por la sala. Después me acerqué a la ventana para comprobar que, efectivamente, la lluvia no había amainado.

Suspiré y conduje mi mirada hacia una de las estanterías, revisando los libros que habían colocados, por si encontraba algo interesante. Pude encontrar uno relativamente nuevo, al menos en comparación con el resto, y también portaba una llama morada en su portada. Lo abrí sin dudarlo por una página aleatoria y comencé a leer.

"Litwick, el Pokémon Vela. Pertenece tanto al tipo Fantasma como al tipo Fuego. La llama que siempre arde en su cabeza puede derretir cualquier cosa que él pueda considerar una amenaza. Los Litwick salvajes pueden herirte o maldecirte con ella si les molestas. Guían a las personas hacia lug..." -La puerta se abrió, interrumpiendo mi lectura. Lampent entró en la habitación, justo antes de los tres simpáticos Litwick. Volví a dejar el libro en la estantería, o al menos eso intenté. Volví a marearme, con al igual que la última vez, una gran intesidad. Parecía que me fuera a explotar la cabeza. El libro cayó al suelo mientras me agarraba a la estantería.

Entonces ocurrió lo que menos me esperaba. La estantería sucumbió a mi peso y se volcó hacia mí, iba a aplastarme. Caí al suelo soltando mi último suspiro. Otro suspiro. Otro. ¿Por qué no me había aplastado ya? Abrí los ojos. La estantería y todo su contenido estaba flotando en el aire, recubierta de un aura morada al igual que las llamas de los Pokémon fantasma. Todos tenían un brillo en los ojos del mismo color. ¿Era este su ataque Psíquico? Siendo del tipo fantasma, no era extraño... Me habían salvado la vida...

Devolvieron la estantería a su sitio y se acercaron a la escalera, señalándome que les siguiera. Antes de avanzar hacia ellos decidí, aunque no fuera mucho, hacer una buena obra y dejar el libro que había tirado de nuevo en su estantería. Estaba abierto por una página a mitad del libro, donde había otra silueta. Esta era diferente a las que había visto hasta ahora. Estaba difusa, pero también tenía las características llamas moradas de estos Pokémon. También, en la parte inferior había un nombre borroso.

Mi lectura fue interrumpira por Lampent, que me estiraba de la camiseta metiéndome prisa para que les siguiera. Dejé el libro en su sitio y me adentré después de ellos, que me condujeron por el lugar, iluminándome con sus llamas, que resplandecían con el fulgor de la Luna.

Los Litwick bajaban a saltos, peldaño por peldaño, mientras Lampent descendía evitando golpearse contra las paredes de la estrecha escalera. Por mi parte, cada vez me notaba más cansado, necesitaba agarrarme a la barandilla metálica y oxidada que había a mi lado derecho. ¿Tal vez el susto de antes me había atontado? No sé, pero estaba terriblemente cansado...

Cuando llegamos al final, había una sala que parecía ser un sótano vacío, ni muy grande ni muy pequeño. Había algunas cajas estropeadas por la humedad y más estanterías con libros viejos, entre otros muebles y cuadros tapados con una sábana blanca. Me adentré más en el sótano ayudándome de las paredes para que mis piernas pudieran soportar mi peso sin caerme.

Los Litwick se pusieron enfrente mía, y pude darme cuenta de que su llama había vuelto a crecer. ¿Cómo era eso posible? Todos estos pensamientos desaparecieron en cuanto escuché un ruido extraño al otro lado de la estancia. De detrás de unas cajas, apareció otro ser de llamas moradas. Este parecía un candelabro con cinco llamas, y se acercaba levitando hacia mí. No me gustaba. No me gustaba nada. Me di la vuelta para huir, pero Lampent estaba bloqueando las escaleras. Su llama también estaba más crecida en comparación a hace un rato. Caí al suelo mientras los Litwick se burlaban de mí formando un coro de risas siniestras, dejando pasar al que parecía ser su superior, tal vez la última evolución de ellos. Emitía un sonido que tan solo escucharlo me aceleraba la respiración y las pulsaciones. Me agotaba. Solo escucharlo me agotaba. Su llamas bailaban al son del coro que lo acompañaba, acercándose cada vez más, sin ningún tipo de prisas. Parecía que quisiera hacerme sufrir.

Cada vez más cerca, Lampent no me dejaba volver a las escaleras, aunque sabía que con lo cansado que estaba, sería inútil. Los mareos volvieron, teniendo que aguantarme con los brazos al suelo para no caer redondo. Pero el dolor de cabeza y los mareos pasaron a un segundo plano cuando noté un intenso dolor por todo mi cuerpo. Desde los pies hasta la cabeza, como si estuviera completamente cubierto de serpientes con espinas en lugar de escamas, apenas tenía fuerzas para gritar por el dolor. No me quedaba aliento. Tampoco había nadie que pudiera ayudarme. Estaba yo, completamente indefenso frente a esas criaturas que me habían estado engañado.

Al coro se agregaron llantos, llantos llenos de dolor, pero que más que lástima, sentían felicidad. Algo más estaba burlándose de mi sufrimiento y no parecían ser ellos... Hasta que vagamente, divisé cinco perlas rojas con brillo propio a otro lado del sótano.

Al final, pude darme cuenta de a qué se debía el dolor; estaba ardiendo. Una intensa llama morada me rodeaba, tal vez desde que ese último miembro de los fantasmas apareció, pero el cansancio era tal que no me había dado cuenta hasta ahora. Ardía, pero no tenía ni una quemadura. Mi visión se tornaba cada vez más borrosa. Los brazos me flaqueaban y no tardaría demasiado en caer al suelo. Miré como pude a la lámpara de araña viviente con las pocas fuerzas que me quedaban y lo entendí. Ellos habían estado consumiendo mi energía vital, mi alma, con sus llamas. Y querían darle mi último aliento a su líder. Sí, debía ser eso. Mi alma estaba ardiendo en manos de esas criaturas. No tenía nada más que hacer. Mi ser acabaría formando parte de sus bailes llameantes.

Se acabó. No sé si es verdad que el infierno está completamente prendido en llamas, pero yo he podido sentir en mis propias carnes el dolor que se debe de sentir ahí.

Personajes y Pokémon que han aparecido:


Misdreavus
Litwick
Lampent
Chandelure
Chico perdido

2 comentarios:

  1. ¿Conclusión? Nadie da nada gratis. Si lo hace no es de fiar.

    ResponderEliminar
  2. ¿Conclusión? Nadie da nada gratis. Si lo hace no es de fiar.

    ResponderEliminar