martes, 9 de junio de 2015

¡Nueva historia! Título pendiente.

¡Buenas! A partir de ahora, pondré una pequeña introducción al principio de cada entrada para contaros novedades, futuros planes o explicaros algo sobre el capítulo. Para empezar, esta entrada es la primera de una historia que sigue la trama típica de conseguir las ocho medallas para participar en la Liga Pokémon y demás. Ya tengo planeada toda la región, ciudades y pueblos, cuevas, rutas, bosques, otros lugares, etc. También quiero meter algunas pequeñas historias relacionadas con los diferentes protagonistas y con los Pokémon Legendarios. Sí, voy a meterlos a todos sea como sea. También habrá un equipo malvado propio, ¡y no diré nada más! Espero que os guste este primer capítulo, es cortito, pero el principio de una gran historia.

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La región Argenta es una de las más grandes del mundo Pokémon, con una variedad de Pokémon nunca antes vista e infinidad de lugares que explorar. Está llena de cuevas y cavernas a rebosar de piedras preciosas y semi-preciosas que desprenden una energía extraña que le encanta a los Pokémon. También hay montones de fuertes entrenadores listos a cada instante para combatir. Hoy, nuestra protagonista Celeste empezará su aventura, junto a su gran amigo de la infancia Totodile.

-Bzzzz, bzzzz, bzzzz, bzzzz. -El despertador de la joven comenzó a sonar, despertándola de un salto. Como una bala salió de la cama ya vestida y se puso sus zapatillas deportivas. Llevaba un mes ansiosa por este día, al fin sus abuelos la dejarían salir de viaje con su gran amigo, Totodile.

Se miró en el espejo de cuerpo entero para comprobar que no le faltase nada. Tenía el pelo castaño oscuro, ondulado y más o menos por debajo de los hombros y los ojos grandes y verdes intenso. Vestía de color azul primordialmente azul, con una camiseta blanca por debajo de su sudadera azul, acompañada de unos vaqueros azul oscuro y deportivas también del mismo color.

Agarró una fotografía que tenía de ella cuando era una niña junto a sus padres y un Feraligatr. -Hoy es el día, papá, mamá. -Le dio un beso a la fotografía y la dejó en su sitio.

Bajó las escaleras de madera hasta llegar a una sala muy rústica que ejercía de comedor y cocina. Su abuelo estaba leyendo el periódico sentado en la mesa y su abuela preparaba el desayuno con su permanente sonrisa. Hoy era un día especial, por lo que había preparado más comida que la de costumbre.

-¡Buenos días! -Proclamó a ambos encaminándose hacia la mesa. Su abuelo respondió con pocas ganas sin despegar la vista del periódico, a diferencia de su abuela que dejó lo que estaba haciendo para darle un buen abrazo y comerse a besos a su nietecita.

-Cel, cariño, ¿estás feliz? -Su sonrisa le resultaba tan tierna que era imposible no devolverle una gran sonrisa. -¡Claro que sí abuela! ¿Dónde está Totodile? -Esta interrogación dirigió a ambas a la puerta de madera que llevaba al exterior, que tras un pequeño y siempre familiar chirrido dejó entrar la luz del sol al interior.

El jardín era una enorme extensión de césped verde y florecido con un gran lago a uno de los lados, con una valla de madera para evitar que los habitantes de la granja se escaparan o perdieran. El sonido de la puerta no tardó en atraer a estos, que vinieron a recibir a las dos con una gran alegría. Celeste se arrodilló en el
suelo para poder recibirlos.

-¡Buenos días a todos! -Una gran cantidad de Pokémon; un rebaño de Mareep, Flaaffy y un Ampharos como líder, varios Miltank y Tauros, un Meowth que solía pasear por ahí, los inseparables Vulpix y Growlithe,  varios Psyduck directos desde el gran estanque, entre otros, rodearon a ambas pidiendo caricias y mimos. Celeste agarró a Vulpix y Growlithe, los que respondieron con lamentones por toda la casa mientras esta reía.

-¡Chicos, hoy me voy de aventuras! -Todos exclamaron y saltaron de alegría para animarla. Aunque sabían que esto significaría que no la volverían a ver en un tiempo, querían apoyarla.

Celeste se levantó mientras todos volvían a sus sitios, la mayoría iban a pastar o beber. Ella fue corriendo al lago donde los Psyduck y algunos Wooper nadaban y se escupían agua, en busca de su amigo. -¿Habéis visto a Totodile? -Todos negaron con la cabeza. Entonces Celeste se percató de una pequeña punta roja sobresaliendo por detrás de unas rocas que bordeaban el estanque. Fue al lugar y ahí estaba Totodile; durmiendo.

Agarró al pequeño cocodrilo en brazos y se lo llevó a dentro de casa, dispuesta a desayunar de una vez por todas mientras Totodile se iba despertando.

-¿Adónde piensas ir? -La interrogó su abuelo sin separar la mirada del periódico. Por su tono parecía que estaba estar algo disgustado con la partida de su nieta. -Quiero ir a Ciudad Rubí, he escuchado que allí hay un Gimnasio Pokémon... -Estaba emocionada y pensaba seguir explicándole todo el planning para el viaje, pero el anciano la cortó. -Sabes que para eso tienes que atravesar la Ruta Alpha y que Ciudad Rubí sufre terremotos constantemente, ¿verdad?

La joven quedó en silencio por unos largos segundos. La abuela regañaba a su marido con la mirada, pero este parecía ignorarla.

-Abuelo, yo... -el hombre la miró de reojo con sus ojos verdes. -Sé que soy muy inmadura para tener 16 años, que allí fuera hay muchos peligros, pero... ¡Quiero viajar con Totodile! Quiero que crezcamos y nos volvamos más fuertes los dos juntos, para que cuando papá y mamá vuelvan de su viaje, estén orgullosos de mí. -Lo desafió con una mirada seria, aunque resultaba más bien infantil. El hombre suspiró. -Está bien, me rindo. Tú ganas, pero ten cuidado... -La sonrisa de la chica se podía ver desde kilómetros, a lo que el gesto de reprimenda de su abuela respondió con la misma sonrisa, al fin sentándose los tres para desayunar.

Mochila, lista. PokéNAV, listo. Pokénciclopedia, lista. Poké-reloj, listo. Gorra, lista. ¿Qué le faltaba antes de marchar? Saltó a los brazos de sus abuelos para darles un abrazo de despedida. -Muchas gracias por todo... -Celeste tuvo que aguantarse las lágrimas al recibir el abrazo por parte de sus abuelos. Totodile intentaba animarla abrazando también su pierna. -No quiero separarme de vosotros, pero... -Tragó saliva, casi replanteándose si el viaje era buena idea o no.

-Cel, no seas tonta... Ya verás cómo te lo pasas genial y haces montones de amigos. Nosotros estaremos siempre aquí para que vengas cuando quieras. -Intentó animarla su abuela mientras le acariciaba la cabeza. Por su parte, el abuelo le cogió una mano y le cedió una Poké Ball algo desgastada.

-Celeste, coge esto y úsalo solo si es estrictamente necesario. Si estás en peligro o pasa algo muy malo, adelante. Si no, olvídate o será peor. -La chica tragó saliva algo asustada por el contenido de la Poké Ball, pero prefirió no preguntar. Guardó la esfera, se ajustó la visera y se secó las lágrimas.

-Abuela. Abuelo. Me voy. -Ambos se despidieron de ella con alegría, aunque este último lo ocultara bajo su seriedad habitual. Todos los Pokémon de la granja se unieron a la despedida, mientras Celeste y Totodile les decían adiós a todos moviendo los brazos todo lo que podían.

Su aventura junto a Totodile estaba a punto de empezar. No sabía qué le esperaría ni qué lugares llegaría a visitar, pero había algo de lo que estaba segura. Disfrutaría de cada pequeña cosa, aprendería todo lo que estuviera en su mano y conocería a toda la gente que le fuera posible. Para que así, algún día, sus padres estén orgullosos de ella.


Celeste
Totodile
Feraligatr
Abuelo
Abuela
Mareep
Flaaffy
Ampharos
Miltank
Tauros
Meowth
Vulpix
Growlithe
Wooper

miércoles, 3 de junio de 2015

Cuando el alma arde

Llovía mucho, tanto que resultaba difícil ver qué había a dos metros por enfrente. Para colmo, estar perdido en un bosque no ayudaba demasiado. Cada paso, hundido en el barro, costaba casi tanto como conseguir respirar, huyendo de esa bestia de ojos rojo y amarillentos con una sonrisa también rojiza. No sabía qué era, si un Pokémon grande u otra cosa, pero lo único seguro es que sea lo que sea, esa criatura me estaba persiguiendo mientras sollozaba.

No fue mucho después cuando logré encontrar una vieja mansión con grandes ventanales, perdida en mitad del bosque. No pude fijarme demasiado en los detalles a causa de la molesta lluvia, pero parte del sufrimiento cesó cuando logré entrar al portal, para al fin lograr escapar de la lluvia.

Me abracé a mí mismo para intentar guardar un mínimo de calor inútilmente. Tenía toda la ropa hecha sopa; un resfriado caería seguro. Golpeé un par de veces la puerta, que parecía que se iba a hundir con cada golpe, como si hubiera más humedad que madera.

-¿Hay alguien? ¿Hay alguien? -Llamé intentando alzar la voz todo lo posible, pero la única respuesta que recibí fue el caer de las gotas. Probé de nuevo a golpear la puerta, esta vez con más fuerza, y se abrió como si acabaran de abrir la cerradura. Me quedé paralizado unos segundos, pero me decidí y abrí la puerta, lentamente, mentalizándome de que alguien la había abierto. Seguramente sería un anciano que vivía alejado de todos...

Una vez abierta no había nadie. Tan solo un gran recibidor rectangular con una puerta a cada lado. En la pared de enfrente había estanterías con libros viejos, algunos cuadros casi irreconocibles y una gran cantidad de telarañas que recubrían todo lo antes mencionado.

Me acerqué a examinar más de cerca todo, pero lo único que pude ver con la poca luz lunar que entraba por los ventanales era que uno de los cuadros, el que más destacaba. En él, se veía la cara de un hombre anciano, vestido de negro con un sombrero también negro. Portaba un monóculo y el bigote blanco. Toda la parte baja del cuadro estaba rasgada o difusa, solo podía verse una mancha gris con algunos tonos rojos.

Era definitivo: la casa estaba abandonada, se acabó la tan ansiada hospitalidad de un anciano solitario que
agradecía un visitante.

No quedaba más remedio que encontrar cobijo en algún lugar de la casa hasta que pasara esta noche
lluviosa.

Me dirigí a la puerta izquierda y la abrí con cautela. El chirrido de las bisagras penetraba por mis oídos como un insecto crujiendo a cada pequeño paso que daba, culminando con mordisquearme la materia gris hasta que desapareció cuando dejé quieta la puerta. Solo ese sonido ya me había provocado temblores en las piernas.

Exploré con la mirada la nueva sala: era amplia más ventanales y otras dos puertas en la pared de mi derecha, con más estanterías y cuadros hechos polvo repartidos por las paredes. Pero lo que más destacaba de todo era la enorme mesa con seis sillas y un mantel morado, sucio y hecho harapos. Me encaminé al interior de la sala para examinarla más a fondo, y pude observar otra cosa que me llamó la atención. En una estantería cercana a una de las puertas habían unas perlas rojas que parecían brillar con luz propia. Lentamente me acerqué hacia ellas, cada paso provocaba un crujido en la madera con el mismo efecto que el de un martillazo en mi cabeza.

Cuando me disponía a coger las perlas para examinarlas, dos grandes ojos rojos y amarillos se abrieron sobre ellas, obligándome a dar un salto hacia atrás prácticamente por reflejo, tropezándome y golpeándome la cabeza contra la mesa. Entonces me desmayé.


Cuando me desperté me dolía la cabeza como si me hubieran apaleado mientras dormía. Me rasqué la cabeza llegando incluso a quitarme alguna que otra astilla. Tardé unos segundos en recordar lo sucedido: la casa abandonada, las perlas, los ojos, el gol- ¡espera! ¡Los ojos! Me incorporé lo más rápido que pude intentando averiguar dónde estaba. Tenía la vista nublada, pero pude ver que la sala era diferente. Para empezar, yo estaba tumbado en un sofá polvoriento y hecho trizas, de color verde pistacho. Había otro sofá en la pared perpendicular a este, una pequeña mesa y dos sillones del mismo diseño. También parecía haber una chimenea encendida con llamas moradas. Por no mencionar los cuadros y estanterías que abundaban en todas las salas de esta mansión... Y otras dos puestas.

Entonces desperté, ¿llamas moradas? Fijé la vista ya recuperada en la chimenea y vi que no estaban en la chimenea, sino en la mesa. Pero no provenían de ella. Había una vela sonriente sobre la mesa con una llama morada sobre ella. Parecía ser un Pokémon, pero no sabía cuál era. El pequeño me sonrió dedicándome unas palabras que, entre que no entendía el lenguaje Pokémon y el persistente dolor de cabeza, no pude entender. Era pequeño y más adorable que terrorífico. Supuse que era del tipo fuego por su llama; seguramente estaría refugiándose aquí de la lluvia al igual que yo.

Me acerqué a él para observarlo un poco mejor, manteniendo siempre una distancia prudente para no quemarme con su llama que, más bien, parecía un fuego fatuo. Entonces, una de las dos puertas se empezó a abrir, soltando ese horrible chirrido que me desgarraba los oídos. Del otro lado apareció lo que parecía un quinqué negro con dos extensiones a modo de brazos, con en su interior, también una llama morada. Este se movía balanceándose de izquierda a derecha conforme levitaba, en dirección a una de las estanterías.

El Pokémon agarró con una de sus extensiones uno de los libros polvorientos y me lo acercó con confianza. Lo agarré con cuidado, evitando el tocarlo por una posible quemadura. En la portada había otra llama morada, igual a las de esos dos, y tres siluetas negras. Soplé para quitarle el polvo, por supuesto evitando dirigirlo hacia ambos, y lo abrí en busca de lo que quisieran decirme esos dos ofreciéndome el libro.
Pude ver la silueta de lo que parecía ser una vela, y debajo una palabra mal escrita.
-¿Lit... wick? -La vela sonrió levantando lo que parecía ser una pequeña extensión que funcionaba de brazo, aunque pensaba que era parte de la cera derretida de su cuerpo. -¿Eres Litwick? -El pequeño asintió moviendo su cuerpo como pudo, y su llama parpadeó un par de veces.

El otro Pokémon me señaló el libro, pidiéndome que pasara de página, y así lo hice. Esta vez el retrato era el suyo, con una nueva palabra en la parte inferior. -Lampent... ¿puede ser? -Cuestioné a la lámpara voladora, y parece ser que no me equivocaba, pues su reacción fue tan positiva como la del llamado Litwick.

La curiosidad me embargó y pasé de página, pero la siguiente estaba arrancada. El resto era mucho texto con letra pequeña medio borrada. No me dio tiempo a intentar descrifrarlo, pues Lampent me arrebató el libro para devolverlo a su lugar. Me impactó un poco, pero no tardé en acostumbrarme. Era reconfortante tener algo de compañía en aquel lugar abandonado.

Los dos se dirigieron hacia la puerta por la que no había entrado Lampent y les seguí. Esto me condujo al comedor donde me golpeé la cabeza... Pero había algo extraño. La mesa estaba intacta. Me acerqué a la zona del golpe, pero no tenía ni un solo rasguño ni mancha de sangre, a parte del mal que le había hecho los años. ¿No había encontrado antes astillas en mi cabello? Rebusqué una vez más por si encontraba alguna evidencia, pero no. No había nada. Suspiré intentando tranquilizarme, estaba alterándome por nada.

Eso me recordó, ¿y las perlas? Me giré para buscarlas, pero no estaban por ningún lado. En su lugar no había nada, tan solo una estantería vacía. Escuché el sonido que emitían esos dos Pokémon, y me percaté de que salían por la otra puerta, que desconocía. Venían acompañados de otros dos Litwick, y entre todos estaban trayendo... ¿comida? Cada vela llevaba un plato de comida encima suyo, pero no parecía estar quemándose con sus llamas, mientras que Lampent traía un plato en cada brazo. Los depositaron en la mesa y me miraron como si me estuvieran invitando a comer. Era algo... sospechoso.

-¿De dónde habéis sacado toda esta comida? -Arqueé una ceja, sospechaba que algo raro estaba ocurriendo con esos Pokémon. No me respondieron, pero tomé la iniciativa y me adentré en lo que suponía que sería la cocina.

Al igual que toda la casa, estaba destrozada. Abrí la nevera y no funcionaba. Las estanterías estaban llenas de cuberterías y vajillas viejas y sucias, y alguna que otra lata de conserva antiquísima. Pero la comida que me habían traído ellos no era algo que se pudiera preparar en una cocina como esta... De repente tuve que sujetarme a la encimera de la cocina para no caerme; me había entrado un fuerte mareo, casi parecía que fuera a desmayarme otra vez, pero por suerte no tardó mucho en desaparecer. A pesar de la siesta que había hecho antes de conocer a estos Pokémon, seguía cansado después de tanto correr.

Volví al comedor, los cuatro Pokémon estaban ocupando los sitios de ambos lados, quedando solo libres los dos extremos. No importaba de dónde hubieran sacado esos manjares, si no comía algo pronto podría volver a desmayarme, y mi confianza en esos Pokémon poco a poco iba decreciendo, lo último que quería era estar a su merced una vez más.

Me senté en el extremo más cercano a la cocina y comencé a comer. Todos ellos me miraban como si mi hambre fuera una actuación teatral para ellos. Era realmente inquietante, pero tenía mejores cosas en las que pensar, como el sabor de la comida. No sabía si era por el hambre que tenía o porque estos Pokémon tenían dotes culinarias, pero era un sabor magnífico.

Cuando apenas iba por el principio, un estornudo salió de mí como un disparo; el tan temido resfriado había llegado a mí. Apenas unos segundos después, el llamado Lampent se movió de su sitio, agarró una manta andrajosa y me la puso sobre los hombros. -Gracias... -Le dediqué una mínima sonrisa que no tardó en desvanecerse al fijarme en un pequeño detalle. La llama de su interior era más grande que antes. Me fijé en el resto, y todos mis acompañantes de mesa habían sufrido el mismo cambio. Tampoco era demasiado llamativo, pero si habían crecido por algo sería... -¿Os puedo preguntar algo? -Los cuatro me miraron, se notaba la curiosidad en su reacciones. Tan solo proseguí. -¿Vosotros de qué os alimentáis?

Los Pokémon se miraron entre ellos, parecían extrañados. El Pokémon con forma de lámpara volvió a marcharse. No tardó mucho en volver con una pequeña cesta llena de bayas, un alimento muy común entre la gran mayoría de los Pokémon. Suspiré aliviado, no eran muy distintos a al resto, después de todo.
Cuando acabé, todos me miraron con ilusión. Eran extraños, pero definitivamente parecían una buena compañía, y grandes anfitriones. Se llevaron los platos sucios y los dejaron en la cocina. De nuevo me guiaron a otra de las salas, esta vez al recibidor, y de ahí a la puerta que me quedaba por examinar. Los tres Litwick iban en fila, con Lampent sobre ellos. Este último abrió la puerta.

Era una sala más pequeña que las anteriores, cuadrada, con una pequeña cama en una esquina, y unas escaleras al fondo de la sala. Me ofrecieron tumbarme y acepté sin dudarlo. Quería unos momentos de soledad poder organizar mis ideas y qué hacer de ahora en adelante. Cuando cerraron la puerta, abrí los ojos y comprobé que no había nadie por la sala. Después me acerqué a la ventana para comprobar que, efectivamente, la lluvia no había amainado.

Suspiré y conduje mi mirada hacia una de las estanterías, revisando los libros que habían colocados, por si encontraba algo interesante. Pude encontrar uno relativamente nuevo, al menos en comparación con el resto, y también portaba una llama morada en su portada. Lo abrí sin dudarlo por una página aleatoria y comencé a leer.

"Litwick, el Pokémon Vela. Pertenece tanto al tipo Fantasma como al tipo Fuego. La llama que siempre arde en su cabeza puede derretir cualquier cosa que él pueda considerar una amenaza. Los Litwick salvajes pueden herirte o maldecirte con ella si les molestas. Guían a las personas hacia lug..." -La puerta se abrió, interrumpiendo mi lectura. Lampent entró en la habitación, justo antes de los tres simpáticos Litwick. Volví a dejar el libro en la estantería, o al menos eso intenté. Volví a marearme, con al igual que la última vez, una gran intesidad. Parecía que me fuera a explotar la cabeza. El libro cayó al suelo mientras me agarraba a la estantería.

Entonces ocurrió lo que menos me esperaba. La estantería sucumbió a mi peso y se volcó hacia mí, iba a aplastarme. Caí al suelo soltando mi último suspiro. Otro suspiro. Otro. ¿Por qué no me había aplastado ya? Abrí los ojos. La estantería y todo su contenido estaba flotando en el aire, recubierta de un aura morada al igual que las llamas de los Pokémon fantasma. Todos tenían un brillo en los ojos del mismo color. ¿Era este su ataque Psíquico? Siendo del tipo fantasma, no era extraño... Me habían salvado la vida...

Devolvieron la estantería a su sitio y se acercaron a la escalera, señalándome que les siguiera. Antes de avanzar hacia ellos decidí, aunque no fuera mucho, hacer una buena obra y dejar el libro que había tirado de nuevo en su estantería. Estaba abierto por una página a mitad del libro, donde había otra silueta. Esta era diferente a las que había visto hasta ahora. Estaba difusa, pero también tenía las características llamas moradas de estos Pokémon. También, en la parte inferior había un nombre borroso.

Mi lectura fue interrumpira por Lampent, que me estiraba de la camiseta metiéndome prisa para que les siguiera. Dejé el libro en su sitio y me adentré después de ellos, que me condujeron por el lugar, iluminándome con sus llamas, que resplandecían con el fulgor de la Luna.

Los Litwick bajaban a saltos, peldaño por peldaño, mientras Lampent descendía evitando golpearse contra las paredes de la estrecha escalera. Por mi parte, cada vez me notaba más cansado, necesitaba agarrarme a la barandilla metálica y oxidada que había a mi lado derecho. ¿Tal vez el susto de antes me había atontado? No sé, pero estaba terriblemente cansado...

Cuando llegamos al final, había una sala que parecía ser un sótano vacío, ni muy grande ni muy pequeño. Había algunas cajas estropeadas por la humedad y más estanterías con libros viejos, entre otros muebles y cuadros tapados con una sábana blanca. Me adentré más en el sótano ayudándome de las paredes para que mis piernas pudieran soportar mi peso sin caerme.

Los Litwick se pusieron enfrente mía, y pude darme cuenta de que su llama había vuelto a crecer. ¿Cómo era eso posible? Todos estos pensamientos desaparecieron en cuanto escuché un ruido extraño al otro lado de la estancia. De detrás de unas cajas, apareció otro ser de llamas moradas. Este parecía un candelabro con cinco llamas, y se acercaba levitando hacia mí. No me gustaba. No me gustaba nada. Me di la vuelta para huir, pero Lampent estaba bloqueando las escaleras. Su llama también estaba más crecida en comparación a hace un rato. Caí al suelo mientras los Litwick se burlaban de mí formando un coro de risas siniestras, dejando pasar al que parecía ser su superior, tal vez la última evolución de ellos. Emitía un sonido que tan solo escucharlo me aceleraba la respiración y las pulsaciones. Me agotaba. Solo escucharlo me agotaba. Su llamas bailaban al son del coro que lo acompañaba, acercándose cada vez más, sin ningún tipo de prisas. Parecía que quisiera hacerme sufrir.

Cada vez más cerca, Lampent no me dejaba volver a las escaleras, aunque sabía que con lo cansado que estaba, sería inútil. Los mareos volvieron, teniendo que aguantarme con los brazos al suelo para no caer redondo. Pero el dolor de cabeza y los mareos pasaron a un segundo plano cuando noté un intenso dolor por todo mi cuerpo. Desde los pies hasta la cabeza, como si estuviera completamente cubierto de serpientes con espinas en lugar de escamas, apenas tenía fuerzas para gritar por el dolor. No me quedaba aliento. Tampoco había nadie que pudiera ayudarme. Estaba yo, completamente indefenso frente a esas criaturas que me habían estado engañado.

Al coro se agregaron llantos, llantos llenos de dolor, pero que más que lástima, sentían felicidad. Algo más estaba burlándose de mi sufrimiento y no parecían ser ellos... Hasta que vagamente, divisé cinco perlas rojas con brillo propio a otro lado del sótano.

Al final, pude darme cuenta de a qué se debía el dolor; estaba ardiendo. Una intensa llama morada me rodeaba, tal vez desde que ese último miembro de los fantasmas apareció, pero el cansancio era tal que no me había dado cuenta hasta ahora. Ardía, pero no tenía ni una quemadura. Mi visión se tornaba cada vez más borrosa. Los brazos me flaqueaban y no tardaría demasiado en caer al suelo. Miré como pude a la lámpara de araña viviente con las pocas fuerzas que me quedaban y lo entendí. Ellos habían estado consumiendo mi energía vital, mi alma, con sus llamas. Y querían darle mi último aliento a su líder. Sí, debía ser eso. Mi alma estaba ardiendo en manos de esas criaturas. No tenía nada más que hacer. Mi ser acabaría formando parte de sus bailes llameantes.

Se acabó. No sé si es verdad que el infierno está completamente prendido en llamas, pero yo he podido sentir en mis propias carnes el dolor que se debe de sentir ahí.

Personajes y Pokémon que han aparecido:


Misdreavus
Litwick
Lampent
Chandelure
Chico perdido

martes, 2 de junio de 2015

El pequeño relámpago, Shinx

El pequeño Shinx vivía en el Bosque Vetusto, junto a sus padres y hermanos. Eran parte de una gran manada compuesta por más de su especie; todos estaban muy unidos. Mientras los adultos traían bayas
para alimentar a todos, los más pequeños jugaban y vigilaban su territorio.

El Shinx del que vamos a hablar es un pequeño muy especial, pues nació de un color muy diferente al resto. En un principio esto extrañó al resto de la manada, pero pronto se acostumbraron y todos lo aceptaron como uno más, sin excepción.

Era el más joven de todos, pues sus dos hermanos eran ya Luxio y su hermana, la segunda más pequeña, todavía era Shinx, aunque sus padres, dos Luxray, solían decirle que era muy fuerte y pronto evolucionaría.

Una tarde como otra cualquiera, Shinx salió a jugar. Se adentró por entre los arbustos para salir del territorio más apartado del bosque que utilizaban como su casa, para adentrarse en el frondoso bosque, que, a pesar de ser tan joven, conocía de memoria. Por el camino saludaba a otros Pokémon: Burmy y Wormadam que colgaban de los árboles botando contentos en su rama. Un par de Buneary que nunca se separaban y vivían en las afueras, pero siempre se pasaban a jugar ahí. Montones y montones de Starly y Staravia, que últimamente venían mucho al bosque, pues se acercaba el invierno y quería pasar el mayor tiempo posible antes de emigrar al sur. Y un sinfín más de criaturas.

No tardó mucho en encontrar a su gran amigo, Poochyena. Este pequeño vivía en el tronco de un árbol, solo, y acostumbraba a evitar a la manada del pequeño Shinx por miedo, pues aunque confiaba en el pequeño de tipo eléctrico, le costaba mucho entablar amistad con cualquier otro. En cuanto se vieron, Poochyena saltó sobre Shinx, empezando a rodar los dos por el suelo jugando como los cachorros que son. Cuando se cansaron, andaron juntos hasta un río cercano para beber agua, en lo que el tipo siniestro se puso alerta y advirtió a su amigo de que se escondiera en un arbusto cercano.

En cuanto se escondieron, ambos asomaron el morro para observar, y vieron a un joven humano, un niño como ellos, pasearse por el bosque con una bolsa llena de algo. Este no parecía portar ninguna Pokéball a la vista, que era la principal preocupación de los dos, así que se tranquilizaron un poco, pero se quedaron observando un poco más por si acaso.

Al poco tiempo, dos Starly se posaron sobre los hombros del chico y un pequeño grupo de Bidoof le rodearon canturreando. Un montón más de Pokémon acudieron al lugar como si el niño fuera uno más de ellos, sin ningún temor.

-¡He traído comida para todos vosotros! -Dejó caer el contenido de la bolsa en el suelo, mostrando un montón de Bayas Aranja. No serían suficientes para todos los pequeños que habían venido, pero sí que les serviría como un aperitivo. Entonces Shinx no lo dudó y saltó del arbusto en dirección a todos, queriendo disfrutar también de esas sabrosas bayas azuladas. Todos lo recibieron con felicidad, incluso el pequeño humano que como saludo le acarició la cabeza, cosa que a Shinx le encantaba.

Desde atrás, Poochyena observaba a su amigo, "¿cómo podía ser tan confiado?" pensaba él, intranquilo por la seguridad de su amigo. Salió el arbusto poco a poco, acercándose pasito a pasito a donde se encontraban todos. Realmente esas bayas tenían buena pinta, pero igualmente ese humano no le resultaba de fiar. Sus pensamientos se disiparon cuando Shinx se dio cuenta de que se estaba acercando y empezó a animarle para que viniera con todos, seguido de las voces del resto de Pokémon. Esto le amedrentó un poco, pero intentando disimular se siguió acercando poquito a poco. Un Bidoof le acercó una de las bayas para que no se quedara sin nada y este, con algo de vergüenza, se acercó a ella para olisquearla y se puso algo rojo. Todos se rieron, estaban felices de que el pequeño canino gris se uniera a ellos.

Se escuchó un graznido por entre los árboles, y un Murkrow apareció de la nada para posarse enfrente del pequeño Poochyena, mirándolo desafiante. Todos se quedaron mirando al Pokémon volador con algo de desconfianza. Al parecer, ese Murkrow pertenecía a una bandada que siempre que veían algo que les gustaba se lo quedaban y se lo llevaban a sus nidos en la parte más alta de los árboles. El desconfiado Poochyena no tardó en gruñir el pájaro.

El cuervo hurtó con el pico la baya y se subió a una rama cercana, mientas se burlaba del resto. Todos sabían que si se metían con él acabarían en problemas, por lo que no podían hacer nada.
-¡Pajarraco! ¡Devuelve esa baya a Poochyena, no es tuya! -Los gritos del menor no hicieron más que aumentar las burlas de Murkrow, que agitaba sus alas como gesto burlón. Pero sus burlas acabaron cuando tuvo que levantar el vuelo pues un pequeño pero peligroso relámpago se dirigía hacia la rama en la que él estaba. Las prisas por el ataque sorpresa provocaron que se le cayese la baya al suelo, siendo recuperada por uno de los Bidoof para devolvérsela a Shinx.

Shinx era el único que se había decidido a hacer frente al siniestro vándalo. Se plantó enfrente de su amigo mirando al Murkrow, ahora tendido en otra rama. El pequeño leoncito eléctrico no permitiría que se burlaran así de su amigo, y lanzó otro ataque, Rayo Carga. Era un movimiento que le había enseñado su padre para defenderse de los Pokémon sin tener que acercarse demasiado, pues la mayoría de movimientos del tipo eléctrico de su especie eran de corta distancia.

Murkrow volvió a volar, esquivando el ataque, y parece ser que esto le enfadó. Olvidándose ya de la baya, cargó contra Shinx utilizando Picotazo a gran velocidad, tanta en comparación con el pequeño león que no pudo esquivarlo a tiempo y salió rodando hacia detrás. Estaba débil y le costaba levantarse, pero cuando Murkrow se dispuso a atacar de nuevo, el resto de Pokémon que había ahí se pusieron enfrente suya para cubrirle, con Poochyena en cabeza.

Murkrow se regodeó de ellos, afirmaba que todos ellos juntos no eran suficientemente fuertes para enfrentarse a él, y tras un nuevo graznido, lanzó por su pico una onda oscura llena de malos pensamientos, un Pulso Umbrío en toda regla. Este movimiento era lo suficientemente poderoso como para causar heridas a todos, pero no tenían mucho más que hacer que proteger a su herido amigo.
-¡No puedes hacer eso! -El chico, que hasta ahora se había mantenido al margen, se puso enfrente del movimiento para proteger a los Pokémon. Murkrow se asustó porque no pensaba que eso resultaría, y tenía por orden de su jefe que no debía meterse con humanos, pues eran peligrosos, así que no tuvo más remedo que olvidarlo todo y salir volando antes de que vinieran más de ellos.

Todos los pequeños que había ahí cerca rodearon al niño, preocupados por su condición. No parecía haber sufrido heridas graves, pero sí varios rasguños y tenía la ropa rasgada. Mientras unos Starly salían volando del bosque para pedir ayuda a los humanos de Pueblo Vetusta, el lugar poblado más cercano al bosque, el resto se tumbaron a su alrededor para darle calor, pues empezaba a anochecer y el frío reinaba por las noches en ese bosque. Shinx y Poochyena no eran una excepción.

Pasó alrededor de una hora cuando un hombre, guiado por los Starly, se encontró con lo sucedido. Agarró al niño en brazos y se despidió de los Pokémon, agradeciéndoles que le cuidaran. Les prometió que se
encargaría de que se mejorara y pudiera volver pronto al bosque.

Tras unos minutos, cada uno volvió a su respectivo hogar, incluidos Poochyena y Shinx. Este último fue recibido con caricias y lametones por parte de sus padres y hermanos, que no tardaron mucho en acostarse. Los padres se acostaban uno enfrente del otro, mientras los pequeños preferían estar entre ambos para poder estar más calientes durante la noche. El pequeño Shinx se durmió pensando en todo lo que había vivido hoy, las cosas buenas y malas, y deseando que el joven se recuperara pronto y volviera a visitar el bosque.

Personajes y Pokémon que han aparecido:

Shinx
Shinx
Luxio
Luxray
Burmy
Wormadam
Buneary
Starly
Staravia
Poochyena
Bidoof
Murkrow
Chico joven
Hombre extraño